Los muros de la fortaleza estaban coronados de tropas y
habitantes de Bahía Blanca, y la perspectiva que la formación de
estas tropas ofrecía, era más hiriente y de más efecto que
el eco de las bandas de música, las salvas de artillería, el
estallido de cohetes y bombas, y los vivas de todo el ejército a los
caciques e indios amigos.
Eran conmovedoras las escenas que ofrecían aquellos
desgraciados cautivos al encontrarse de repente aliviados del sufrimiento y del
martirio que por tanto tiempo habían experimentado.
Obsequiados los indios de la comisión con diversos
regalos, regresaron a los toldos haciendo el itinerario que Rosas les
señaló para evitar choques y quitarles pretextos de alterar las
buenas relaciones, que reinaban con el ejército expedicionario; algunos
de esos indios no volvieron a sus toldos incorporándose al
ejército, como también los doscientos dragones que al mando del
coronel Delgado habían quedado como rehenes en Salinas y que
venían ahora escoltando a los indios y a los cautivos. Consideró
entonces concluida su empresa Rosas y licenció sus divisiones en
Napostá, haciendo regresar el convoy que traía los cautivos
rescatados.
Pero dejó una guarnición allí de soldados
que quisieron quedarse, con los que se formó el Regimiento de
Blandengues, cuyo mando se confió al coronel D. Francisco Sosa.