El cacique Quentrel, muchos capitanejos y como 250 indios de
lanza, fueron los indios rendidos que se presentaron.
Quedó así libre de indios toda esa parte del
desierto, y Patagones y Bahía Blanca dejaron de ser visitadas por las
invasiones de los bárbaros quedando bien guardadas por una fuerza de las
tres armas al mando del coronel D. Martiniano Rodríguez, quien más
tarde batió a las afamadas tribus borogas, que se rebelaron
después de haberse sometido con motivo de la expedición, y cuyos
indios, soberbios y aguerridos, habían sido el azote de Chile y de la
República Argentina, bajo el mando del famoso Pincheira, que los
capitaneaba.
Mientras que la expedición se internaba en el desierto,
esas tribus habían quedado en Salinas, en número de tres mil
indios de lanza, a las órdenes de los caciques mayores, Caefuiquir,
Rondeau y Melingueo.
Estas indiadas, sometidas en paz, quedaban a retaguardia del
ejército expedicionario, halagadas con la ventaja de que se les dejaba en
rehenes un escuadrón de 200 dragones al mando del coronel D. Manuel
Delgado, cuya verdadera misión allí era el tener a Rosas al tanto
de cualquier movimiento hostil que emprendiesen esas tribus.
Al mismo tiempo, había entre ellas varios indios de
importancia, que hábilmente comprometidos en favor del ejército
expedicionario, hacían el espionaje con tanta fidelidad, que las
intenciones y las palabras más insignificantes y los hechos más
secretos de los caciques, eran comunicados con frecuencia al coronel Delgado
para trasmitirlos a Rosas. Fue necesaria mucha destreza para evitar que mientras
se internaba el ejército dividido en distintos cuerpos, marchando en
diversos rumbos, cayesen sobre estas divisiones los indios que quedaban en
Salinas y los pampas que estaban en Tapalquén.