Concluida la expedición, se publicó un folleto
con los nombres y señas de todos los cautivos rescatados, folleto que se
distribuyó gratuitamente en las provincias que tienen fronteras.
Al regresar el ejército, dejó Rosas una buena
guarnición en Patagones y otra en el fortín Colorado: y por
algún tiempo se situó en Napostá, cerca de Bahía
Blanca, en donde reunió todas sus divisiones, dio algún descanso a
la tropa y se preparó para inutilizar la amenaza constante de las tribus
borogas, que habían quedado en Salinas entretenidas con las promesas que
se les hacía y vigiladas por las fuerzas del coronel Delgado, que
había dejado entre ellas aparentemente como rehenes.
Eran, puede decirse, esos indios, los enemigos más
formidables que quedaban en pie en el desierto.
Inició Rosas negociaciones de paz con ellos,
imponiéndoles las condiciones necesarias para que dejasen de ser un
peligro sobre nuestra campaña.
La coyuntura no podía ser más favorable, porque
esas tribus, a pesar de su inmenso número, estaban entonces bajo la
influencia y la impresión de las batidas impetuosas que habían
dado los expedicionarios a las demás tribus arrojadas al otro lado del
río Negro.
Para hacer más eficaz esa impresión, Rosas hizo
de manera que los principales caciques viesen en la actitud en que se encontraba
aquel ejército.