Rosas les demostró cómo la superioridad de su
ejército y el hecho de hallarse él en el corazón del
desierto, les ponía en la imposibilidad de escapar de un castigo
terrible, si no aceptaban la paz que les proponía y las raciones que les
ofrecía para que viviesen sin robar en nuestra campaña.
A las impresiones materiales que habían recibido los
indios del empuje de los cristianos posesionados del desierto, cooperaban con
mucha eficacia los consejos del cacique chileno Venancio Coellapán, que
tenía gran influencia en esas tribus y que mantenía buenas
relaciones con Rosas.
Celebráronse, pues, los tratados de paz y era la base de
éstos y la condición esencial, que los indios harían
entrega inmediata del inmenso número de cautivos que tenían y que
habían venido arrebatando a la campaña de nuestra República
y la de Chile, desde la época de Pincheira.
Entre esos cautivos los había que eran miembros de las
principales familias de las provincias del interior.
Rosas comisionó al general Corvalán para que
recibiese la primera remesa de cautivos que debían entregar los indios;
pero como ésta sólo constase de quinientos individuos,
ordenó Rosas que en el acto fuesen devueltos a los caciques con los
mismos indios que los traían, intimándoles que si esa primera
entrega no constaba de mil cautivos y en la segunda remesa no se le entregaba
hasta el último que había en las tolderías, quedaban rotos
los tratados.