Estuvo un momento preguntando al enfermo si no se le habían calmado los dolores del cerebro y las piernas.
-Sí los desvanecimientos de
cabeza...-y no pudiendo más, con un cierto embarazo, le hizo comprender a Alba que los dejara por un instante solos. Ella bajó los ojos con marcado pudor, y salió, cerrando las hojas de la puerta con cautela. Los ojos brillantes del enfermo la siguieron y ya cuando hubo salido, dirigió al médico una sonrisa inteligente, que por éste le fue correspondida.
-Vamos a ver eso - le dijo el joven facultativo, y con la mano suave levantó hacia un lado los finos ropajes que cubrían aquel cuerpo macilento...