-Son cosas naturales de la enfermedad -repuso el doctor, al tiempo que se sacaba el guante de la mano izquierda, agregando con ese interés clásico de los médicos: -A ver; vamos a verlo.
-Pero si está durmiendo, el pobrecito objetó ella, como queriendo detenerlo con el tono tierno de la voz.
Alfredo Grott pensó un instante, y decidido de pronto, volvió a decir:
-Veámoslo -y dejando los guantes y el sombrero sobre una de las silla, avanzó, después de haberla invitado a Ella, con el gesto de sus labios, a seguirlo.
Alba marchó tras él hasta la puerta de la alcoba, ante cuyas hojas se detuvo el médico para que fuese Ella la primera en pasar. Uno tras del otro, avanzaron a pagos imperceptibles, hasta llegar al borde del amplio lecho...