-¿ Cómo sigo? -dijo,
despierto ya del todo. -Sigo bien. He dormido mucho. He dormido como...-y tomando una mano de Alba cariñosamente: -dale más luz a esa lámpara, mi hijita. ¿ Qué hora es?
-Es temprano -respondió Ella, agrandando la luz de la lámpara.
El doctor oprimióle la muñeca para tomarlo el pulso. Le miró el rostro con atención y entono apacible, confiado, comenzó a preguntarle:
-Y esa garganta, ¿cómo va?
-Siempre me duele -respondió el enfermo incorporándose sobre los almohadones. -Y he sentido un sabor horrible con esas gárgaras todo el día.
-Ya pasará eso, amigo. -Cerró el joven los ojos como para decir que "sí", de una manera resignada. El doctor, entonces, lleno de
cortesía: -Si usted, señora, me hiciera el servicio de acercar la lámpara....-Alba, solícitamente, acercóla. Alfredo Grott la tomó de sus manos, colocándola sobre el velador, en el cual se veía un frasco en cuya etiqueta podía leerse: "Cuatro cucharadas por día".