Las puertas dé su palco -primera
fila- abriéndose calladamente; su aparición en la sala, a modo de una Reina de la elegancia y la belleza; altiva y gloriosa y cruzado el bronce brillador de sus cabellos por fina diadema de perlas y zafiros; sus pupilas color de ola, mirando desdeñosas y ufanas, en talo, que sus manos estiraban, con descuido, la piel de Suecia de sus guantes. Y El, su Víctor, elegantísimo, tras Ella; condecorada la solapa del "frac" por rara orquídea; fuerte, hermoso, y demostrando, en su sonrisa satisfecha, el orgullo que sentía siendo el dueño de su Alba, la bella, la suprema, la deseada, la que era mil veces desnudada por los ojos de los hombres envidiosos, -como El le había dicho al oído pellizcándola la cadera mórbida, una de aquellas noches, allí, en el mismo palco, cuando la luz moría, amortiguándose, muriéndose... - |