Sus enormes ojos melancólicos se
posaron sobre las negras letras del anuncio, con esa semi inconsciente atención con que miramos cualquier cosa cuando grandes preocupaciones se nos enroscan en el alma. Pasó por su cuerpo como un estremecimiento, y tras él, lentamente, con la intangible insensibilidad de un dulce sueño que va llegando del Allá invisible y remoto, al leer una y muchas veces la palabra "Mefistófeles", soñó en el Gran Teatro, y su ensueño fue creciendo como una radiante alborada que surge de entre brumas espesas...
Cruzó, sordo y rápido, por la esquina, un coche de plaza.
En su fondo sombrío resonaban carcajadas y voces ebrias, de hombres. También la voz chillona e interrumpida por la tos..., de una meretriz, que canturriaba un trozo de "La princesa del dollar".