Sí, aquellos amores habían durado un año interminable. El matrimonio había llegado: al fin... Fue un acontecimiento social. El, de altísima clase; rico, seductor y enamoradísimo de Ella, cuyos timbres de familia no eran menos altos que los suyos, y cuya riqueza estaba en equilibrio con la de El...
Fueron unas nupcias suntuosas, brillantes.
Concurrió la elite social a la ceremonia, que fue en el Palacio
Arzobispal; la "matinée" estuvo regia. Los diarios hicieron largas crónicas, La Gran Plaza estaba repleta de lustrosos carruajes. Los tocados, lujosísimos. Una gran concurrencia de curiosos. Los guardias de caballería enguantados, custodiando el orden y bajo los primeros rayos del Ocaso de aquel día de Sol, primaveral y cálido, el " coupé " de amor con insignias de azahares en los jaquimones del tronco soberbio, rodando ante las miradas sardónicas de los transeúntes, hasta llegar al término de la Gran Avenida, allá, a la Estación tronante y poblada de viajeros... allí tras el ¡adiós! de los padrinos, que es como un sonriente canto de Himeneo, subieron en el tren, que era, para ellos, como un bajel de amor tibio y suntuoso, corriendo raudamente entre las sombras de la noche... Se perdieron en ese tren que era raudo como su dicha de ayer, y avasallador como su pena de esa noche... Y recordó en seguida aquella su luna de miel; luna radiante, luna que fue como un glorioso florecimiento de goces ignorados y de ternuras presentidas.