Suspiró profundamente y como
resignada. Un quejido tembloroso y largo, salió de los labios ardidos del enfermo. En los de Ella aleteó una palabra ansiosa que no alcanzó a volar. El edredón, color de perla, movióse al influjo de las piernas de El, que se estiraban bajo ése supremo cansancio de los cuerpos agobiados y doloridos.
Ella, que ya iba a trasponer la puerta, se contuvo; miró atenta el amplio lecho y vacilante entre salir o detenerse, esperó un segundo oprimiendo el verdor de la cortina con la blancura de su mano.
El enfermo dormía...
Sin que sus pasos llegaran a levantar rumor alguno, atravesó el umbral, entornando las puertas tras de sí. Muda e inmóvil quedó por un instante en el pequeño saloncito, mirando con atenta vaguedad la puerta que daba al corredor.