"La herencia de la Sangre" no es,
por cierto, una novela para señoritas. ¿Quiere decir, entonces, que es un libro inmoral? No... En literatura no hay libros morales. Ni inmorales. Ya se ha dicho que sólo hay libros malos. O libros buenos... Y este libro es buenos. Es, además, un libro sano por los ideales que predica y por las melancolías que contiene. La pluma que lo ha escrito se humedeció, a menudo, en lágrimas de Cristo, en dolor callejero, en penas del suburbio, en angustia heredada. Sin embargo, insisto en mi declaración preliminar: no lo deben leer las señoritas. Es un libro que sugiere más de lo que dice. No hay en el una sola palabra ajena al vocabulario de la Biblia. No hay en él una sola descripción de escenas raras de pecado y de vicio. ¡No! Es un libro escrito en lenguaje rítmico sobre vidas usuales...Si en ciertas páginas surge la divina visión de una mujer desnuda ante la cual un hombre se arrodilla lleno de admiración, vuestro pudor no se recate, puesto que en aquella desnudez ingenua, ese hombre sólo admira la belleza de la maternidad que es pura como la santa boca de una santa...
Pero no lo pueden leer las
señoritas, porque es un libro de verdad desnuda. De verdad sin arreos...
Y en América la moral de las niñas exígeles probar,
públicamente, que ignoran lo que saben. La moral de ellas consiste,
todavía, en aprender a escondidas lo que debieran aprender en la
escuela... ¡Errores de la pedagogía maternal! Las madres, en vez de
preparar a sus hijas, desde niñas, para las contingencias de la vida,
mostrándoles el peligro, frente a frente, para que puedan defenderse de
su estrago, las mantienen a obscuras. Crecen solas. Aprenden a tientas. Y al
borde del abismo, caen como el niño que llevó a sus labios un
veneno de miel.