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Y su ensueño continuó, como
si fuese un vaporoso crescendo de recuerdos bellos. Su imaginación
recordó la batuta del director, melenudo y erguido, que se alzaba con la solemnidad de un cetro... Parecióle escuchar en ese instante el doloroso gemido de los violines, unido al del contrabajo y las violas, y oyó la melodía de los clarinetes y las flautas, y el grito vibrante de los pistones y las trompas, y con el corazón estremecido, sus ojos creyeron ver que aquellas gigantes cortinas del proscenio se entreabrían como dos alas de púrpura, y que "Mefistófeles", en la tenebrosidad de su caverna, prorrumpía en su rugido infernal y...en el instante mismo de ese pedazo de su ensueño, a manera de un sarcástico, alarido de la Vida, en la esquina solitaria, bajo la lívida luz, resonó melancólico, casi siniestro, el silbido del policía de guardia, cuya silueta, encapuchada y negra, se paseaba somnolienta, reflejándose sobre el asfalto, en tanto que los hilos de la lluvia lo bañaban implacables. Aquel silbido, helado y triste, atravesó bruscamente su alma, haciéndole retirar el rostro de los cristales como en un estremecimiento de súbito terror. Cerró el postigo, casi de un golpe; suspiró dolorosamente, y náufraga, hasta en sus menores ensueños despedazados, fue a sentarse de nuevo sobre el gran sillón de raso, teniendo el alma como rota...
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La herencia de la sangre
de Claudio de Alas
ediciones elaleph.com
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