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-Tengo presentimientos que me asustan -añadió con voz tenue pero lúgubre-. Algo grande, inesperado, acaso terrible va a pasar en mi existencia... y... tiemblo... ¿no lo observas? No es precisamente de miedo, sino de inquietud, de emoción, de impaciencia... quisiera que desde este instante dejase de transcurrir el tiempo y desearía asimismo que en un momento hubiesen pasado siglos de siglos... La muerte es un sueño... Pero, si parto para la eternidad ¿iré solo o con ella? No, no quiero ir solo, porque Esmeralda esta esperandome allá; como yo tendré acaso que esperar después a Berenice... Mi pensamiento se confunde, tú no puedes medir todo lo que hay de horroroso para mí en esta incertidumbre cruel... sufro... sufro mucho. ¡Ah, siempre lo mismo! El hombre con toda su ciencia y su razón, con todos sus presentimientos y adivinaciones, con toda la luz de su inteligencia, en fin, es y será siempre incapaz de penetrar en el fondo de tales misterios.

Calló Luis, mientras el más negro desaliento parecía haberse apoderado repentinamente de su ánimo. Momentos después, sin embargo, con acento más vivo, con vehemencia casi, añadió:

-¿Será tiempo todavía? La conciencia me acusa de no haber cumplido hasta ahora, ¡imperdonable criminal incuria!, la voluntad de mi buen tío y la mía propia. ¡El manicomio...! ¿lo entiendes? He ahí en lo que emplearé parte de mi fortuna; porque aquí fui dichoso, aquí he sufrido y aquí he asesinado y estuve a punto de perder la razón a fuerza de delirar y de padecer. ¡Pobres dementes! ¡Tener que dejarles vagar errantes por calles y caminos, hambrientos y desnudos, o arrancarles de su hermoso país para llevarles a más ingratos climas, entregándoles a extrañas manos, sin que los que les aman puedan velar por sus tristísimas existencias! ¿Y por qué sucede así, dime? ¿Por qué ha sucedido ayer, sucede hoy y seguirá sucediendo mañana? Escucha, y no te olvides de mis palabras después que yo haya muerto, ya que lo que voy a decirte es la verdad amarga y desnuda que podrá herir, pero nunca maltratar. Sucede eso y otras cosas peores todavía, porque el egoísmo individual ahoga en germen entre nosotros todo entusiasmo, y seca en flor todos los propósitos; porque la gloria de los demás nos estorba y nos es agradable nuestra pequeñez, porque queremos ser únicos y nos ofende lo que los demás hacen y nosotros dejamos de hacer; en fin, porque nos agrada que todo lo que nos rodea sea cortado por igual, y ¡ay del que sobresale sobre los demás! Pero yo, Pedro, yo que soy ajeno a todo temor, mirando a Dios y no a los hombres, voy a intentar el imposible, a iniciar nuestra necesaria regeneración. Soy rico, y por lo tanto no se cerrara ninguna puerta para mí, hablaré cosas que nunca hasta ahora se han dicho, y emprenderé contento y resignado el camino de mi nuevo calvario, ¿por qué no? Acaso así logre ahogar en parte estos secretos impulsos que me llevan y me traen, de lo imposible a lo que no puede ser. Y Conjo será lo que yo quiero: refugio de almas como la mía, agobiadas por incurables dolores, lugar de quietud para gentes que, como yo, amen estas hermosas alamedas y estos campos siempre frescos y sonrientes.

Al hablar de esta manera el rostro de Luis había ido poco a poco reanimándose y transfigurándose como debían animarse y transfigurarse los de los antiguos profetas, pero bien pronto enmudeció y tornó a sus mejillas, aumentada todavía, la palidez que le era propia, y sus ojos volvieron a mirar en derredor con aquella extraña vaguedad y azoramiento con que parecía perseguir las sombras en el vacío. Después, con voz cada vez más misteriosa y aire preocupado, cual si al mismo tiempo que hablaba pusiese atención a algo que se oyese allá a lo lejos, prosiguió diciendo:

-¡Cuánto tiempo hace que he debido comenzar mi obra! Dinero, posición, libertad, firmeza de ánimo y buen deseo... nada me falta. El alma de mi tío viene cada noche a decirme mientras yo duermo: «¿Cuándo despertarás?» Los espíritus de los pobres locos, muertos en medio de los caminos o lejos de su patria me llenaban de sobresalto, y sin embargo no hubo hasta ahora quien pudiese arrancarme de esta ciudad de las lluvias y de la estéril inmovilidad en donde parece que el tiempo detiene su eterna marcha para escuchar cómo las gotas de lluvia resuenan al caer sobre el embaldosado de granito de sus calles, mientras las campanas de la catedral tocan por la mañana al alba, al coro por la tarde, siempre del mismo modo, monótonos siempre. Los días pasan y pasan, y yo sumido en mis sueños más o menos dolorosos, pensando siempre en ella, esperándola siempre, me dije:

-Dejaré pasar el otoño: ¡es tan hermoso aquí!, después será tiempo, y desde que el otoño hubo pasado volví a decir: crudo es el invierno, esperemos la primavera, y desde que llegó la primavera no pude decidirme a abandonar estos campos tan frescos y llenos de verdor, esperando a que llegase el estío... y.. ya lo ves, soy en esto de mi tierra, tan apático y tan criminal como mis hermanos. ¡Ah, qué enemigo tan grande tenemos en la clara luz del sol y en la hermosura de nuestros campos, en sus colores y perfumes, en sus flores, sus riachuelos y sus pájaros...! ¡Éste, éste es lo que llamamos sencillamente mal sino del país! Que así como hay criaturas cuya propia hermosura hace desventuradas, puede decirse que hay pueblos destinados también a eterno infortunio, siendo quizá causa de esto la apacible suavidad de su clima, el mimoso calor de su sol, la belleza incomparable de su suelo.

No bien Luis había acabado de hablar de esta suerte, cuando se oyó cerca de ambos amigos el aleteo de un pájaro; después resonó por tres veces consecutivas el grito monótono y agudo del milano, y entre los dos amigos vino a caer ensangrentada y con las alas destrozadas, una urraca que luchaba con las ansias de la muerte, intentando en vano levantar el vuelo.

Luis dio entonces un salto hacia atrás y señalando el pájaro a Pedro con ojos espantados murmuró:

-¿La ves...? ¿La ves? ¡Es la misma...! ¡Es la urraca de mi Berenice! ¡Dios mío! ¡Dios mío! -añadió con secreto terror...-. ¿Qué quiere decir esto?, y guardó silencio como si escuchase algo que le hacía estremecerse.

-Mis presentimientos -prosiguió diciendo momentos después-, aumentan de una manera prodigiosa... Unas veces oigo gemidos y voces que pronuncian secretamente mi nombre... ¡No quieren que entienda lo que dicen! Otras resuenan cerca de mi oído carcajadas siniestras cuyo eco va a perderse muy lejos... muy lejos... ¿Tú no percibes nada, Pedro?

-Nada -repuso aquél, sintiendo que querían erizársele los cabellos-, nada oigo si no es el viento que silba por entre las ramas de los árboles.

-¡Parece mentira! -añadió Luis, tan inquieto y conmovido que Pedro sintió crecer su alarma y le miró asustado-: carcajadas y voces suenan perfectamente claras y distintas... ¡Ay!, en este momento me pesa de conocer tan a fondo ciertos misterios... Pedro... Pedro... no quieras nunca, no intentes penetrar en lo oculto; no es de buen presagio ver, estando aún vivo, cosas que pertenecen al reino de los muertos... Pero.... ¡calla!, han cesado las carcajadas y suena una música como de ángeles, mientras las estrellas quieren brillar en el cielo en medio del día, y se regocijan en el seno de la tierra los gérmenes de las plantas como si hubiese llegado el momento de que puedan sentir los besos del sol... El momento se acerca... tiemblo de terror, y al mismo tiempo me embarga una alegría intensa, no sentida jamás... ¡Pedro...! ¿Qué es esto? ¿Qué va a pasarme?

 
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