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-¡Ah!, no se comunican contigo, sin duda, los que vagan sin cesar en torno nuestro en invisible forma, o acaso no los entiendes: pero yo los siento, percibo y comprendo, aun cuando no pueda verlos. No sólo envueltos en las tinieblas, los espíritus de los que fueron en el mundo vuelven a él, sino también entre las transparentes burbujas del agua cristalina, en las alas de la brisa o de la ráfaga tempestuosa; en los átomos que voltejean a través del rayo de sol que penetra en nuestra estancia por algún pequeño resquicio, y hasta en el eco de la campana que vibra con armoniosa cadencia conmoviendo el alma: en todo están, y giran a nuestro alrededor de continuo, viviendo con nosotros en la luz que nos alumbra, en el aire que respiramos. ¿Por qué se halla el hombre tan en paz y a gusto en la soledad? Precisamente porque en ella está menos solo que entre los que respiran todavía el aire terrenal que nos da vida prestada, a los que aún tenemos que morir. Pero cuando ningún vivo nos acompaña; cuando en la playa desierta, en el bosque o en otro cualquiera paraje aislado, nos encontramos sin quien nos mire o nos observe, legiones de espíritus amigos y simpáticos al nuestro, se nos aproximan hablándonos sin ruido, voz ni palabra, de todo lo que es desconocido a los terrenales ojos, pero agradable y comprensible al alma que siempre suspira por su patria ausente. Es entonces cuando encuentras transparencia celeste en los cristales del humilde arroyo, vida en la flor que asomada por entre las hojas, y erguida y gentil sobre su flexible tallo, parece mirarte sonriendo como una hermana cariñosa; acentos que te conmueven sin que sepas si parten de la verde espesura, de la onda espumosa, de la nube que pasa reflejando con vuelo rápido su sombra en la campiña, o de la naturaleza entera; es entonces, en fin, cuando el poeta se siente inspirado, más dueño de sí el sabio, más grande el filósofo y el anacoreta y el asceta más cerca de Dios.

Calló el joven, y su amigo, que le miraba entre pensativo y burlón, replicó:

-No cabe duda, Luis, que la imaginación (gran inventora de quimeras) se exalta más fácilmente en la soledad, y que cuando nos hallarnos apartados de nuestros semejantes, amén de que podemos comprendernos mejor a nosotros mismos, nos es dado además crear con mayor facilidad mundos que no existen, y poblarlos de visiones hijas todas de nuestra fantasía. Estas visiones deben ser las que tú llamas espíritus, que seguramente no vuelven a este mundo desde que han dejado en él su envoltura mortal, caso de que, desde que la materia acaba, prosigamos viviendo en otros espacios.

-¡Qué de vulgaridades se te ocurren -replicó Luis-, para contradecir mis opiniones y desvanecer mis convicciones! De ello no me sorprendo. Si el médico siente alguna alteración en su organismo, algún desarreglado latido en su corazón, puede decir casi con seguridad si es causa de semejantes trastornos un exceso de crasitud en la sangre, o de debilidad en su sistema nervioso, mientras el campesino, por ejemplo, completamente ajeno a la ciencia, achacaría los mismos síntomas a bien diversas causas. Por eso, todo lo que para ti es pura fantasía, es para mí realidad que mi alma concibe y siente. ¿En dónde he aprendido yo, tan ignorante como tú en otros tiempos en tales materias, a comprender lo que ahora veo claro como la luz? Aquí precisamente, en este mismo claustro y en ese bosque que se halla a algunos pasos de nosotros, fui adquiriendo los conocimientos que poseo, y abriendo poco a poco los ojos a las ocultas revelaciones... Veo que te sonríes.... mas, si quisieras prestarme atención, la atención seria y llena de recogimiento que ciertas cosas exigen, si te fuese posible tener alguna fe en mis palabras, sabrías lo que a nadie he dicho aún... Verdades que parecen quimeras, hechos reales que se dirían fantásticas creaciones de una mente enferma o extraviada.

-¡Que me place! Sabes que fluctúo con harta frecuencia entre lo real y lo imaginario, que me agrada descorrer los velos de lo oculto, que me complazco como los niños con lo absurdo, lo extraordinario y lo maravilloso. Cuenta, por lo tanto, con la atención y el recogimiento que deseas, y aún con la seguridad de que seré feliz oyendo tus singulares historias a nadie reveladas, tus delirios que...

-Dales el nombre que te parezca, pues lo de menos aquí son las palabras; pero reprime hasta donde puedas los ímpetus de tu innata incredulidad si no quieres que me detenga al primer paso... Hoy tengo nublada el alma, opreso el corazón, el ánimo impaciente, y pudieran producirme mala impresión tus dudas.

-Habla... me hallo con voluntad firme de creer cuanto digas y afirmes. No puedes pedir más... te escucho.

-No esperes que sea demasiado divertido lo que voy a contarte. Sospecho que va a faltarle ilación en el sentido absoluto de esta palabra, que confundiré más de una vez la luz con las sombras, y que de la burda hilaza de lo material pasaré, quizá sin transición, al tejido más fino que pueda fabricar mi pensamiento; resultando de todo ello un no sé qué de inverosímil en el terreno de lo razonable y lo real, que al pronto te hará fluctuar entre la sorpresa y la duda. Pero tú, que tienes talento y sabes sorprender el secreto de lo que se calla por lo que se ha dicho a medias, irás atando aquí un cabo, allá otro, y al fin acabarás por comprenderme, estoy bien seguro de ello.

-Yo lo espero también: para lograrlo pondré todo el esfuerzo de mi entendimiento, tanto más cuanto que no deja de parecerme algo difícil la empresa.

-Mayor será entonces la victoria que alcances... Empiezo, pues... ¿por dónde?, espera... Deseo hablar y sin embargo...

Nuestro héroe pareció quedar ensimismado algunos momentos, en los cuales bañó su rostro cierto reflejo, hijo de dolorosa inspiración; pero después, con una expresión y acento indescriptibles y que tenían tanto de fantástico como de exclusivamente suyo, continuó hablando de esta suerte:

-¿No has visto muchas veces, cuando la tierra se halla exuberante de vida, cómo dos mariposas se persiguen en rápido vuelo por entre las rosas y el follaje? Pues así en este momento sus dos almas en torno mío. Pero no se buscan, semejantes a los alados insectos, amándose o para amarse; sino en lucha callada y misteriosa, cuyo término no puede decidirse al presente, porque el que fue cuerpo y envoltura mortal de la una, ha fenecido ya, yendo a formar parte de nuestra madre tierra, mientras la otra vive todavía en este mundo adherida a su carne. Lo que acontecerá cuando el tiempo haya dejado de existir para ella y para mí, así como dejó de ser para la pobre Esmeralda, eso es lo que no me atrevo a profundizar, lo que no querría adivinar siquiera (hoy menos que nunca) por miedo a confundir la luz de mi entendimiento con las tinieblas de lo inconmensurable. Porque ciertas dudas, semejantes al hacha del inexperto leñador en el bosque secular, derriban y talan sin compasión cuanto hay de más hermoso y consolador en las esperanzas póstumas de los hombres. Hay un punto en ese más allá hasta donde el pensamiento humano cree poder llegar, en el cual la osada mente se detiene indecisa, asombrada, llena de temor; porque el hilo misterioso que parece atar lo que es y lo que ha de ser, es tan sutil, y tan tenue la luz que nos permite distinguirlo, que en medio del ansia que nos domina imaginamos algunas veces que no es tal hilo salvador de nuestras terrenales tormentas aquél que vemos, sino la línea que separa para siempre lo que ha muerto y lo que está vivo, los afectos que aquí nos poseyeron y los que allá habrán de contribuir a formar nuestra gloria o nuestro purgatorio... Pero... oigo pasos... llega gente y me alegro. Empezaba a apartarme del camino que debo seguir y esto me llama a mi asunto...

 
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de Rosalía de Castro

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