Transcurridos unos días, después del encuentro referido en el
capítulo anterior, Alberto de Morcef fue a hacer una visita al conde de
Montecristo, a su casa de los Campos Elíseos, que había adquirido ya el aspecto
de palacio que acostumbraba a dar el conde de Montecristo aun a sus moradas más
provisionales. Iba a reiterarle las gracias de la señora de Danglars.