Alberto iba acompañado de Luciano Debray, el cual unió a las
palabras de su amigo algunas frases corteses, que no le eran habituales, y cuyo
fin no pudo penetrar el conde.
Parecióle que Luciano venía a verle impulsado por un
sentimiento de curiosidad, y que la mitad de este sentimiento emanaba de la
calle de la Chaussée d'Antin. En efecto, era de suponer, sin temor de engañarse,
que al no poder la señora Danglars conocer por sus propios ojos el interior de
un hombre que regalaba caballos de treinta mil francos, y que iba a la ópera con
una esclava griega que llevaba un millón en diamantes, había suplicado a la
persona más íntima que le diese algunos informes acerca de tal interior. Mas el
conde aparentó no sospechar que pudiera haber la menor relación entre la visita
de Luciano y la curiosidad de la baronesa.