Luciano se sonrió.
El conde, aunque indiferente en la apariencia, no había
perdido
una palabra de esta conversación, y su penetrante mirada creyó
leer un secreto en la turbación del secretario del ministro.
De esta turbación de Luciano, que no fue advertida por Alberto,
resultó que Debray abreviase su visita; se sentía evidentemente disgustado. El
conde, al acompañarle hacia la puerta, le dijo algunas palabras en voz baja, a
las cuales respondió: