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-Todo es posible -respondió gravemente Montecristo, y despidiéndose de Alberto entró en su habitación y llamó tres veces con el timbre.
Bertuccio compareció.
-Señor Bertuccio -le dijo-, ya sabéis que el sábado recibo en mi casa de Auteuil.
Bertuccio se estremeció levemente.
-Bien, señor-dijo.
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