-Convenido -respondió Montecristo.
-No es esto todo; saludad de mi parte a vuestro discreto mayor,
al señor de Cavalcanti, y si por casualidad desease establecer a su hijo,
buscadle una mujer muy rica, noble, baronesa cuando menos, yo os ayudaré por mi
parte.
-¡Vaya! ¿Hasta eso llegaríais?
-Sí, sí.
-¡Oh!, no se puede decir de esta agua no beberé.
-¡Ah, conde! -exclamó Morcef-, qué gran favor me haríais y cómo
os apreciaría cien veces más si lograseis dejarme soltero siquiera por diez
años.