-Sí, efectivamente -dijo Montecristo-, creo que durante la
visita que le he hecho, el señor Danglars me ha hablado de eso -y dirigió una
mirada a Luciano, que en aquel momento estaba hojeando un álbum-. La señorita
Eugenia es una joven bellísima, creo que se llama Eugenia, ¿verdad?
-Bellísima -respondió Alberto-, pero de una belleza que yo no
aprecio; soy indigno de ella.
-¡Habláis de vuestra novia como si ya fueseis su marido!
-¡Oh! -exclamó Alberto, mirando lo que hacía Luciano.