-¡Ah! -dijo Montecristo-. Al oíros hablar de eso no creía, en
verdad, que se hubiese tomado ya una resolución.
-¿Qué queréis? Las cosas marchan sin que nadie lo sospeche;
mientras que vos no pensáis en ellas, ellas piensan en vos, y cuando volvéis os
quedáis asombrado del gran trecho que han recorrido. Mi padre y el señor
Danglars han servido juntos en España, mi padre en el ejército, el señor
Danglars en las provisiones. Allí fue donde mi padre, arruinado por la
revolución, y el señor Danglars, que no tenía patrimonio, empezaron a hacerse
ricos.