-Yo no sé si es eso -dijo Alberto-; pero lo que sé es que este
casamiento la hará desgraciada. Ya debían haberse reunido para hablar del asunto
hace seis semanas; pero tuve tales dolores de cabeza...
-¿Verdaderos...? -dijo el conde sonriendo.
-¡Oh!, sí, sin duda el miedo..., en fin, aplazaron la cita
hasta pasados dos meses. No corría prisa, como comprenderéis; yo no tengo
todavía más que veintiún años, y Eugenia diecisiete; pero los dos meses expiran
la semana que viene. Se consumará el sacrificio; no podéis comprender, conde,
qué apurado me encuentro... ¡Ah!, ¡qué dichoso sois al ser libre!