-¡Ah!, acordaos, conde, que me acabáis de enseñar cómo se zafa
uno de las cosas desagradables. Necesito una prueba. Afortunadamente, yo no soy
banquero como el señor Danglars, pero os prevengo que soy tan incrédulo como
él.
-Por lo mismo, voy a dárosla -dijo el conde.
Y llamó.
-¡Hum! -dijo Morcef-; ya son dos veces seguidas que rehusáis
comer con mi madre. ¿Habéis tomado ese partido, conde?
Montecristo se estremeció.
-¡Oh!, no lo creáis -dijo-; además, pronto os demostraré lo
contrario.