-¡Oh! ¡Dios mío! -dijo Morcef-, esa repugnancia no es tan sólo
de mi parte.
-¿De quién más?, porque vos mismo me habéis dicho que vuestro
padre deseaba ese enlace.
-De parte de mi madre; y la ojeada de mi madre es prudente y
segura. ¡Pues bien!, no se sonríe al hablarle yo de esta unión, tiene yo no sé
qué prevención contra los Danglars.
-¡Oh! -dijo el conde con un tono algo afectado-, eso se concibe
fácilmente. La condesa de Morcef, que es la distinción, la aristocracia, la
delicadeza personificada, vacila en tocar una mano basta, grosera y brutal; nada
más sencillo.