-Algo modesto es eso, sobre todo en París; pero no todo
consiste en el dinero, algo valen un nombre esclarecido y una elevada posición
social. Vuestro nombre es célebre, vuestra posición magnífica; y además, el
conde de Morcef es un soldado, y gusta ver que se enlazan la integridad de
Bayardo con la pobreza de Duguesclin; el desinterés es el rayo de sol más
hermoso a que puede relucir una noble espada. Yo encuentro esta unión muy
conveniente; ¡la señorita Danglars os enriquecerá y vos la ennobleceréis!
Alberto movió la cabeza y quedóse pensativo.
-Aún hay más -dijo.
-Confieso -repuso Montecristo- que me cuesta trabajo el
comprender esa repugnancia hacia una joven hermosa y rica.