-Sois libre como el sire; venid a comer conmigo; seremos pocos:
vos, mi madre y yo solamente. Aún no habéis casi conocido a mi madre, pero la
veréis de cerca. Es una mujer muy notable, y no siento más que una cosa, y es no
encontrar una mujer como ella con veinte años menos; pronto habría, os lo juro,
una condesa y una vizcondesa de Morcef. En cuanto a mi padre, no le encontraréis
en casa; está de comisión, y come en la del gran canciller. Venid, hablaremos de
viajes; vos que habéis visto el mundo entero, nos hablaréis de vuestras
aventuras; nos contaréis la historia de aquella bella griega que estaba la otra
noche con vos en la ópera, a la que llamáis vuestra esclava, y a quien tratáis
como a una princesa. Hablaremos italiano y español, ¿aceptáis?, mi madre os dará
las gracias.
-También yo os las doy -dijo el conde-; el convite es de los
más halagüeños, y siento vivamente no poder aceptarlo. Yo no soy libre, como
pensáis; y tengo, por el contrario, una cita de las más importantes.