-Yo veré, lo reflexionaré, vos me daréis consejos, ¿no es
verdad?; y si es posible, me libraréis del compromiso. ¡Oh!, por no dar un
disgusto a mi pobre madre, sería yo capaz de quedar reñido hasta con el conde,
mi padre.
Montecristo se volvió; parecía sumamente conmovido.
-¡Vaya! -dijo a Debray, que estaba sentado en un sillón, en un
extremo del salón, con un lápiz en la mano derecha y en la izquierda una
cartera-, ¿hacéis álgún croquis de uno de estos cuadros?