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Ar.- Consecuencia es tan inmediata, tan legítima y tan forzosa, que vos mismo la habéis ya deducido. Si el matrimonio no es un vicio ni un desorden ¿cómo, por oponerse a él, el celibato, y la virginidad se llaman virtudes morales? Serán otra cosa como luego veremos, pero virtudes morales de ninguna manera. Y de aquí nace una consecuencia que al mismo tiempo es la tercera prueba de lo que vamos diciendo.

Ecl.- ¿Y cuál es?

Ar.- Es ésta. Toda virtud moral está mandada por ley natural, y el hombre está obligado por este mismo derecho a practicarlas todas, porque habiendo sido criado para vivir según la recta razón y el orden establecido por Dios, es un deber suyo evitar todos los pecados, practicando las virtudes que les son opuestas. Mas como la virginidad y el celibato no tienen por contrario a ningún vicio ni a ningún desorden, de aquí es que en llegando a este punto no encontramos pecados que evitar, ni virtudes que practicar en fuerza de esta ley. ¿Cómo, pues, podrán colocarse entre las virtudes morales?

Ecl.- ¿Pues qué son, según eso, o en qué clase las colocaremos? Convenís en que son más excelentes que el matrimonio, que Jesucristo las practicó y aconsejó, y por otra parte demostráis que no son virtudes morales. ¿Qué cosa, pues, serán?

Ar.- Poco trabajo cuesta poner nombre a las cosas, conocida su naturaleza. Pero ni aun para esto necesitamos inventar nada por nosotros mismos. Jesucristo en el capítulo 19 de San Mateo, las llamó dones de Dios, que no da a todos sino solamente a aquéllos que quiere. Non omnes capiunt verbum hoc; sed quibus datum est. El apóstol, en el capítulo 7º de la 1ª carta a los de Corinto, dice: quiero que todos vosotros seáis como yo, pero cada uno tiene su don propio. También dice que son misericordias de Dios. Doy consejo como hombre que ha conseguido misericordia de Dios para serle fiel. Los Padres de la Iglesia los llaman dones sobrenaturales que no están incluidos en la ley: quam nec natura suis inclusit legibus, dice San Ambrosio hablando de la virginidad, que elevan a los hombres sobre su esfera, y los hacen ángeles, y otras cosas por este estilo. Si estáis versado en sus obras conoceréis si los cito con verdad o no.

Ecl.- No hay duda que así hablan.

Ar.- Ni podían hablar de otra manera. Podrán, pues, llamarse favores extraordinarios de Dios, misericordias y dones suyos, tanto más extraordinarios, cuanto más sobre la naturaleza que crió, los impulsos que la imprimió, y las leyes que en ella gravó para su conducta y gobierno. Dones que comunica extraordinariamente a algunas de sus criaturas, como y cuando le place, por ostentación de su omnipotencia, o acaso para otros fines que a nosotros se nos ocultan. En una palabra, es menester convenir que estos dones, o favores, están fuera de toda ley natural y divina; y que ni Dios en su creación, ni Jesucristo en su redención, han querido imponer a los hombres semejante precepto, sino que son operaciones de Dios secretísimas, de todo punto extraordinarias, e incapaces de sujetarse a cálculos, ni a reglas, ni a ley o estatuto alguno de los hombres.

 
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