Decidme ahora ¿conocéis algún agente natural, sensible o insensible, racional o irracional, que, obrando según su naturaleza, se oponga al mismo Dios?
Ecl.- Eso es inconcebible. No puede ser.
Ar.- Pues ese gran secreto ha descubierto la Iglesia Romana.
Ecl.- ¡Cómo!
Ar.- ¿Cómo? Elevando el consejo a precepto. Los eclesiásticos desde que reciben el subdiaconado, y las personas de ambos sexos desde que hacen sus votos ¿pueden contraer, ni desear contraer matrimonio sin ser criminales?
Ecl.- No pueden ciertamente.
Ar.- Pues ved ahí agentes naturales
racionales, que si obraran según su naturaleza se opondrían al mismo Dios, ofenderían al autor de la naturaleza misma. ¿No es ésta una filosofía muy sublime? ¿No es éste un descubrimiento muy saludable, y un semillero de virtudes y de salvación?
Ecl.- ¡Pero si el hombre se obliga voluntariamente, libremente!
Ar.- Esto es volver al principio, y lo extraño mucho, porque hasta ahora habéis manifestado buena lógica.
Ecl.- ¿Pero la Iglesia no tiene facultad de hacer leyes y de obligar a su observancia?
Ar.- Nadie lo duda. Mas esa facultad ¿de quién la ha recibido?
Ecl.- De Jesucristo.
Ar.- Y Jesucristo ¿ha dado a su Iglesia facultad de hacer leyes contra el derecho natural, y contra su expresa y manifiesta voluntad?
Ecl.- No, ciertamente.