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Ecl.- Yo creo que sí.

Ar.- ¿Cuántas horas empleaba al día vuestro padre en educaros?

Ecl.- Mi padre no me educó por sí inmediatamente, pero se esmeró en elegir maestros que además de la religión me instruyeron en otros ramos de conocimientos.

Ar.- ¿No pudo desempeñar esta ocupación por sí mismo?

Ecl.- No; porque ocupado siempre en comisiones importantes al Estado, no le era posible atender a mi educación ni a la de mis hermanos; no obstante observaba siempre que podía, y nos examinaba frecuentemente, para poder formar idea de nuestros adelantamientos, de nuestras costumbres, y de la eficacia de los maestros.

Ar.- A todo hombre que es útil a la sociedad, sucede lo mismo que a vuestro padre. Sus ocupaciones, de cualquiera clase que sean, le impiden tomar por sí mismo este trabajo, y le precisan a encomendarlo a buenos maestros, reservándose solamente el examen del resultado de la educación. Mas por esta razón ¿se dirá que estos hombres no pueden contraer matrimonio? ¿o que no desempeñan sus obligaciones, educando a sus hijos de este modo? Pues si los ministros del culto tienen la obligación de su ministerio para el bien de la Iglesia y del Estado ¿qué extraño será que se hallen en la misma situación que los demás empleados públicos, y que necesiten del auxilio de los maestros para la educación de sus hijos? ¿Podrá esto ser una razón para separarlos del matrimonio? Si así fuese, solamente podrían casarse los que no tuviesen ocupaciones, ni necesitasen trabajar para procurarse la subsistencia. Yo estoy persuadido que los sacerdotes casados serían por lo común los mejores padres de familias; y a esta persuasión me mueven muchas razones que a nadie se le ocultan. Entre otras, porque al enseñar la religión a los fieles, la enseñarían por sí mismos a sus hijos; y cuando predicasen a los fieles predicarían a sus hijos, y dando a todos buen ejemplo lo darían también a sus hijos. Comparad esta conducta con la que tienen, y casi es forzoso que tengan, la mayor parte de los sacerdotes.

¿Véis, señor cura, cómo la razón de San Pablo no puede probar que el celibato deba imponerse por ley? Ahora los sacerdotes no son pescadores, como antes eran algunos de los apóstoles. Ahora tienen diezmos que no tuvieron los apóstoles. Ahora no caminan de tierra en tierra, y de ciudad en ciudad, enseñando, predicando y bautizando, como hicieron los apóstoles. Ahora no temen las persecuciones y la muerte que sufrieron los apóstoles. Son ya otros los tiempos, y debiera ser otra la disciplina. Porque si en aquéllos, todas las razones valían solamente para aconsejar el celibato ¿cómo en los presentes, en que todo está ya tan variado, se alegan estas mismas razones, y sirven para mandar por ley la continencia?

 
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