Si no es que se quiera decir que
Jesucristo dio el consejo, y la Iglesia el precepto; y que esta ley es determinación o modo de observar aquel consejo. Mas esto a nadie se le oculta que es un dislate porque hacer precepto de un consejo no es determinar el modo de su observancia, sino trastornar su naturaleza. Para ir consiguiente se debería discurrir de este modo: así como las leyes naturales y divinas se determinan para su observancia por leyes eclesiásticas, así los consejos de Jesucristo se deberían determinar para su práctica por consejos eclesiásticos, salva siempre su naturaleza y la intención del Salvador.
Ecl.- Todo esto convence, no se puede negar. Pero aún tengo dificultad, y es: ¿cómo puede componerse lo que habéis dicho, con los elogios que los Padres de la Iglesia han dado en todos los siglos a la virginidad?
Ar.- Juntad a esos elogios el mayor de todos (según vuestros principios) cual es el que Jesucristo la haya practicado: ¿no os parece que ésta es la mayor recomendación de la virginidad?
Ecl.- ¿Quién puede dudarlo?
Ar.- Pues esto confirma lo que he dicho. Porque si a pesar de todo, Jesucristo no impuso a ninguno de los estados esta ley, claro está que la Iglesia se excede imponiéndola. Estos elogios y la práctica de Jesucristo prueban el valor extraordinario de la virginidad. Pero que este legislador haya respetado la libertad del hombre, y se contente con aconsejársela, prueba es la más evidente de que la Iglesia nunca pudo hacer de ella una ley. Mas hemos hablado mucho, y se nos ha hecho tarde. Mañana podremos ya examinar los motivos o causas que ha tenido la Iglesia para observar esta disciplina.
Ecl.- Bien será necesario que nos demos prisa, y acabemos esta materia, porque el buque saldrá dentro de dos días, y yo quiero llevar escritas estas conversaciones para lo que haya lugar.
Ar.- ¿Pensáis publicarlas alguna vez?
Ecl.- No lo sé. Es punto
difícil de determinar. Por otra parte la Iglesia Romana es tan celosa de sus prácticas y de su honor, que es muy de temer sea esta publicación más bien dañosa que saludable.
Ar.- La verdad nunca daña, y para ella todo es triunfo.
Ecl.- Sí. Pero es cosa dolorosa descubrir al mundo este quijotismo eclesiástico; y dar armas para que muchos se burlen de nuestra Iglesia, que al fin es la maestra de la verdad, aunque no en este punto.