Ar.- Dos tengo yo. El primero, que
habiendo por circunstancias extraordinarias que aquí no son del caso, estudiado perfectamente el sistema de revelación, y examinado con mucha detención vuestra teología, está de más en mí toda disputa y toda ilustración que venga de fuera. Dejemos, pues, esto a la gracia. El segundo es que estoy prevenido contra todo eclesiástico, y con fundamento; porque hombres que son ciegos para sus propios intereses, no podrán ser muy Argos tratándose de los ajenos. Por tanto será mejor que yo os agradezca vuestros buenos deseos, y descansemos por ahora.
Ecl.- No trato de molestar, ni me persuado
pueda daros más conocimientos que los que decís tenéis sobre la religión, puesto que aseguráis el estudio profundo que de ella habéis hecho; mas esa ceguedad de que nos culpáis a todos los eclesiásticos, no puede menos de llamarme mucho la atención.
Ar.- Para satisfacer esa curiosidad sería necesario entrar en cuestión, y no habiendo yo aceptado la que me proponíais, no es justo que os provoque a otra.
Ecl.- Pero notad que hay una gran
diferencia, porque yo acepto la vuestra con muy buena voluntad. Deseo oíros. El modo en que habláis nuestra lengua; lo que me decís del estudio que habéis hecho de nuestros sistemas teológicos, el modo de raciocinar que advierto en vos, tan diverso de lo que promete esa cimitarra y turbante, todo exalta mi curiosidad en extremo. Hablad pues, y no me creáis capaz de resentirme de vuestros argumentos, sean cuales fueren, con tal que como espero de vuestros modales, sean razones y no burlas.
Ar.- Estad seguro de eso, y con tal que
por más que os admire lo que oigáis y veáis en mí, nada preguntéis sobre mi historia, yo entraré en la discusión con mucho gusto.
Ecl.- Yo os lo prometo. Empecemos, pues, y decidme qué ceguedad es de la que habláis.
Ar.- ¿No os es gravoso el celibato?
Ecl.- Suponed por un instante que sí, y continuad.
Ar.- ¿Y quién os ha impuesto ese yugo?
Ecl.- ¿Quién puede dudarlo? La religión, la Iglesia, nosotros mismos. Cuando digo la religión, hablo del Nuevo Testamento, porque el Viejo para nada viene al caso en esta materia.
Ar.- Ya lo supongo. Pero en el Nuevo Testamento ¿dónde está ese precepto? Porque yo leo en San Pablo: De virginibus praeceptum Domini non habeo; consilium autem do.
Ecl.- Ya lo habéis respondido: es un consejo; y así no entiendo a qué viene el preguntar dónde se halla el precepto.
Ar.- Según eso observáis el celibato como un consejo.
Ecl.- ¿Quién lo duda?
Ar.- Podéis, pues, dejarle de observar cuando os parezca, y seréis solamente imperfectos por esta inobservancia.
Ecl.- No, porque lo observamos por voto, o por ley y de consiguiente, la transgresión es un crimen.