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Ar.- Pues si la ley del celibato y de la virginidad es diametralmente opuesta al derecho natural, y contraria a la voluntad de Jesucristo, que no quiso mandarla, sino solamente aconsejarla ¿cómo tiene la Iglesia facultad de imponer esta ley? Si Jesucristo hubiera querido que ciertas y determinadas personas, o ciertos y determinados estados, tuviesen esta obligación, muy dueño era y muy señor para haberlo así dispuesto y ordenado; mas si no lo hizo, si solamente aconsejó, si dijo: non omnes capiunt, sed quibus datum est, si su apóstol dijo expresamente «yo no tengo precepto del señor, pero doy consejo», ¿cómo se manda esto por la Iglesia a ciertos estados? Es necesario estar ciegos para no ver en esto la violación más arbitraria de todo derecho natural y divino. Ved aquí cómo se ha convertido esto en un lazo; y cómo parece que el apóstol previó este abuso, cuando decía: «esto lo digo para vuestra utilidad, no para echaros un lazo».

Ecl.- Es cierto que Jesucristo a ningún estado ni persona impuso este precepto.

Ar.- Pues ¡qué! ¿La reparación del Redentor había de destruir la obra del Creador? El que venía a dar a los hombres la verdadera libertad ¿había de imponer a ninguno un yugo de esta especie? El que vino a levantar las puertas de hierro, con que teníamos cerrada la entrada al Reino de los Cielos, y a allanarnos el camino ¿había de haber puesto este muro casi impenetrable, y este tropiezo tan peligroso? ¡Ah señor! ¡cómo se injuria en esto al Salvador! ¡cómo se va su sangre por este conducto, y se desperdicia lamentable y desgraciadamente!

Ecl.- ¡Lamentablemente! ¡Desgraciadamente!

Ar.- Sí señor. La sanción de esta ley está fundada sobre la infracción más palpable de todo derecho, natural y divino. Pero hay más. No es esto sólo lo que hay que llorar.

Ecl.- ¿Qué más puede haber?

Ar.- Que la maestra de la verdad condenará estas verdades porque se oponen a su disciplina, disciplina suya propia, que no aprendió de Jesucristo ni de sus apóstoles. Sí señor, condenará estas verdades; y como si se tratara de un dogma de fe, o de un proyecto del decálogo, o de un mandato de Jesucristo, dirá: quod semper, quod ubique, quod ab omnibus, y alegará la antigüedad de su disciplina. Y si se multiplican los crímenes, y si se dificulta la salvación, y si gran parte del género humano perece miserablemente, sibi imputent... siga la disciplina.

Ecl.- ¡Cosa horrorosa! Pero yo no la quiero oír más. Estoy obligado a respetar a la Iglesia.

Ar.- ¿Se os manda cautivar el entendimiento aun para estas cosas? ¿Se os prohíbe el examen de ellas?

Ecl.- No.

 
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