Ecl.- Puede; nadie lo duda. Lo contrario sería reprobar el matrimonio.
Ar.- Pues entonces ¿qué es lo que quiere decir esa división, ese divisus est?
Ecl.- Quiere decir, que si el ministro del altar fuera casado, los cuidados domésticos le robarían una gran parte del tiempo, en perjuicio de su ministerio espiritual.
Ar.- ¿Mucho tiempo? ¿Mucho tiempo? ¿Como cuánto os parece que le robaría?
Ecl.- No es fácil determinarlo.
Ar.- Lo es. El tiempo que necesitaría emplear en las solicitudes domésticas.
Ecl.- Eso es muy claro y sencillo.
Ar.- La verdad siempre ha sido así, clara y sencillísima. ¿Y cuánto tiempo podría emplear en las solicitudes domésticas?
Ecl.- Tampoco me atrevo a determinarlo.
Ar.- Yo sí. El tiempo que gastaría un mayorazgo que viviese de sus rentas.
Ecl.- Pues ése con poco tiempo tenía sobrado; porque si los arrendatarios le ponen el dinero en la mano, no tiene que trabajar en buscar la subsistencia.
Ar.- ¿Y no sucedería lo mismo al eclesiástico casado que viviese de las rentas decimales? ¿Tan corto mayorazgo es el diezmo?
Ecl.- Verdad es; pero hay muchos eclesiásticos que no tienen renta y perecen.
Ar.- De eso no tratemos; es un abuso reprobado por la misma Iglesia.
Señor cura, San Pablo se
mantenía a sí, y a los que estaban en su compañía, con el trabajo de sus manos; y por eso infería con mucha razón que el casado estaría solícito y dividido; y aconsejaba el celibato. Mas en el día no milita ya esa razón. Distribuido el diezmo entre los eclesiásticos, y arreglado su número como manda la Iglesia, cada uno es un mayorazgo, capaz de sufragar a los gastos de tres familias.
Ecl.- Está bien por lo que hace a los alimentos; pero ¿vive el hombre de sólo pan? ¿Y la educación moral de los hijos?
Ar.- ¿Consumirá mucho tiempo?