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Ar.- No paséis adelante. Si así fuera, hubiera dicho Jesucristo: «los que traten de agradarme con la práctica del consejo evangélico, han de observarle de tal manera que en ningún tiempo podrán abandonarle sin ser criminales, se han de privar de su libertad en obsequio mío, han de ligarse con un voto indisoluble, o sujetarse a la fuerza que impone una ley». No habiendo Jesucristo dicho estas palabras ni otras equivalentes, no hallándose tampoco en todo el Nuevo Testamento el menor vestigio de este modo de observancia, es claro que no hay mandato divino que la prescriba en estos términos. Debe, pues, quedar como consejo, y de consiguiente, los que hoy lo practican pueden mañana dejar de practicarlo, sin ser criminales por la omisión, y mereciendo solamente la nota de imperfectos. Todo esto prueba que Jesucristo no vio esos inconvenientes que vosotros véis, o afectáis ver, con injuria del fundador de la religión.

Ecl.- Con que toda la fuerza del argumento consiste en la libertad del hombre ¿no es así?

Ar.- Así es. La libertad del hombre es la facultad que tiene de hacer todo aquello que no es contrario a la ley eterna y natural, y a las inclinaciones naturales, que Dios le dio. Y toda ley humana, o institución, o acción posterior que le prive de esta facultad, es nula e injusta, como contraria a la ley eterna y natural. Si se dice que en esto no se priva el hombre de su libertad, sino del ejercicio de ella, os responderé que la libertad que le queda solamente puede ser objeto de algunas vanas cuestiones escolásticas; mas los hombres que piensan, y no se pagan de palabras, no podrán menos de mirar como un don funesto una libertad que no puede ponerse en ejercicio, sin crímenes y sin infamia.

Consiste también la fuerza en que el hombre no puede privarse de sus dones y potencias naturales de alma o cuerpo, y de la libertad de usar de ellos con arreglo a sus fines, ni aun en obsequio de Dios, sin que preceda un mandato divino que así se lo ordene. Del mismo modo que no puede quitarse la vida, ni dejársela quitar de otro, ni mutilarse, sin que le conste que Dios se lo manda, como sucede en el martirio. Lo demás no es obsequiar a Dios, sino injuriarle.

Ecl.- ¿En el matrimonio no se priva el hombre en obsequio de su consorte de la libertad de unirse a otra persona? ¿Por qué, pues, no ha de poder igualmente hacer este sacrificio en obsequio de Dios, cuando se dedica al monacato o clericato?

 
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