El debate sobre San Martín
El pasado año 2000 falleció el historiador Enrique de Gandía.
Pocos como él estudiaron la cuestión de San Martín y su relación con la
masonería. Su última obra, antes de cerrar definitivamente sus ojos, fue La
Independencia de América y las sociedades secretas. Sobre la cuestión me he
referido extensamente en mi libro anterior y a él me remito, especialmente a la
bibliografía de los libros y escritos de De Gandía. San Martín en este nuevo
siglo ha comenzado a ser estudiado de manera desacralizada, despojado del
formalismo que lo cubrió una literatura oficial. Las figuras de nuestra historia
fueron transformadas en personajes mitológicos desprovistos de humanidad. Así
Mariano Moreno, el secretario jacobino de la Primera Junta fue considerado el
"numen" de la Revolución; Sarmiento, "el profeta de las pampas"; San Martín, "el
santo de la espada"; Rosas, "el restaurador de las leyes", y así
sucesivamente.
En una Argentina que cada día se parece más a una factoría
donde depredan intereses económicos extranjeros; en donde un periodismo
mediatizado diluye la información mediante un discurso segmentado, aparecen
nuevos signos de resistencia cultural. Hay un retorno de muchos jóvenes de capas
medias y trabajadoras al estudio de la historia, un esfuerzo e interés por
conocer la realidad de nuestro pasado, para desentrañar el porqué de la
frustración actual.
Son diversas las colecciones de textos históricos sistemáticos
y hay divulgación de la historia a través de la prensa escrita, los videos y la
radio. Exponente de esta tarea es la profesora Ema Cibotti, que participa en
programas radiales para referirse a temas históricos. Asimismo, ha aparecido un
nuevo género, el de la novela histórica, que acapara el interés del público.
Algunos historiadores menosprecian este género por su carácter "no sistemático".
Me parece un exceso. Gran parte de los historiadores "sistemáticos", de tipo
académico, o de instituciones destinadas a exaltar las figuras y los hechos de
nuestra historia, ha ocultado la realidad o la ha deformado. Detrás de textos
aparentemente científicos se esconden verdaderas ficciones. La historia escolar
transformó a los próceres en figuras lejanas, irreales, algo así como santos
etéreos que terminaron por ser inconsistentes. Esto se ha terminado en la
Argentina.
Es cierto que mejor que saber sobre la vida íntima de tal o
cual personaje sería estudiar las condiciones y relaciones de producción, la
lucha ideológica, los enfrentamientos políticos, entre otros. Desde luego que
todo ello es prioritario. Pero me parece que, si se hace con seriedad y sobre
una base documental, hablar de los temas non sanctos también nos permite
conocer el aspecto psicológico de los próceres, los de sus familiares, su
entorno personal, porque todo ello forma parte de la vida. Y nada mejor, para
reconstruir el pasado y elaborar el presente, como decía Lenin en el ¿Qué
hacer?, que unir la "imaginación con la vida".
Historiadores, investigadores y escritores como Patricia
Pasquali, José Ignacio García Hamilton, Silvia Puente y Hugo Chumbita han
revelado aspectos que la historiografía tradicional consideraba un tabú. Esto
ocurre tanto con la historiografía liberal, como con la católica o revisionista
de la Argentina, porque en otras latitudes, no podía ser de otra forma, se han
conocido y publicado trabajos sobre nuestro pasado, estudios no regimen-tados.
Por ejemplo, los escritos del escritor bolivariano Rufino Blanco Fombona, un
venezolano colocado en el índex por nuestra cultura oficial. Perteneció a la
masonería, participó en España de la política de ese país, luchando a favor de
la República y falleció en Buenos Aires, siendo velados sus restos en la vieja
sede de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) por solicitud de don Manuel
Gálvez.