-¿No podría quedarme siempre aquí? -preguntó al Hada.
-De ti sólo depende. Si no cedes a la tentación y haces lo que te está prohibido, como Adán, podrías quedarte para siempre.
-No tocaré los frutos del árbol de la Ciencia. Hay por aquí millares de otros frutos tan hermosos como ellos.
-Pruébate a ti mismo, y si no te
sientes con fuerzas suficientes, vuélvete con el Viento del Este que te
trajo. Él está por partir ahora, y no regresará en otros cien años. Ese tiempo pasará volando en este lugar como si no fuera más de cien horas, pero eso basta para la tentación y el pecado. Todas las tardes cuando yo me retire te diré "Sígueme", pero no lo hagas. No te muevas, pues a cada paso que des tu deseo de avanzar será más intenso, hasta que llegues al recinto donde está el árbol de la Ciencia. Yo duermo al pie de ese árbol, bajo sus fragantes ramas colgantes. Te inclinarás sobre mí, y yo te sonreiré, pero si te atreves a darme un beso el Edén se hundirá profundamente en la tierra, y todo se habrá perdido para ti. Sólo el viento helado girará silbando a tu alrededor, y la fría lluvia te correrá sobre la cara. Y sólo te quedarán por herencia trabajos y dolores.
-Me quedaré aquí -afirmó el Príncipe.
El Viento Este se despidió diciendo:
-Sé fuerte, pues, y los dos nos encontraremos otra vez dentro de cien años. ¡Adiós!