-Indaga a quién aprovecha el crimen, dice un axioma de
jurisprudencia.
-¡Doctor! ¡Desdichado doctor! -exclamó Villefort-. ¡Cuántas
veces la justicia de los hombres se ha equivocado debido a esas funestas
palabras! Lo ignoro, pero creo que este crimen...
-¡Ah! ¿Confesáis que el crimen existe?
-Sí. Lo reconozco, es preciso. Pero dejadme continuar. Me
parece que este crimen recae sobre mí y no sobre las víctimas. Sospecho algún
desastre para mí en medio de todo esto.
-¡Oh, hombre! -murmuró d'Avrigny-, el más egoísta de todos los
animales, la más personal de todas las criaturas, que crees siempre que la
tierra se mueve, que el sol brilla y que la muerte siega solamente para ti.
Hormiga maldiciendo a Dios desde el tallo de una hierbecilla. Y los que han
perdido la vida, ¿nada perdieron? El señor y la señora de Saint-Merán, el señor
Noirtier...