-Bien -dijo el doctor, tras un silencio--, esperaré.
Villefort le miró como si dudase aún de sus palabras.
-Sólo que -continuó d'Avrigny, con voz lenta y solemne-, si
cualquiera de vuestra familia cae malo, si os sentís vos mismo atacado, no me
llaméis, porque no vendré. Quiero compartir con vos este secreto terrible, pero
no quiero la vergüenza y el remordimiento que destrozarían mi conciencia, porque
estoy seguro de que el crimen y la desgracia fructificarán en vuestra casa.
-¡Es decir, que me abandonáis, doctor!