-Es verdad -dijo el doctor-, acompañadme.
Salió el primero y le siguió el señor de Villefort. Los demás
criados, impacientes, se hallaban en los corredores y escalera por donde debía
pasar el doctor.
-Señor -dijo d'Avrigny a Villefort, hablando recio, para que
todos lo oyesen-, el pobre Barrois llevaba una vida sedentaria hace algunos
años, después de estar acostumbrado a correr a caballo o en coche con su amo por
las cuatro partes de Europa, y el servicio monótono, junto a un sillón, ha
concluido con su existencia. La sangre ha aumentado, había plétora, le atacó un
apoplejía fulminante y me avisaron muy tarde. ¡Ah! -añadió-, tened cuidado de
echar al sumidero el vaso de violetas.