A estas palabras Villefort miró fijamente a Valentina. Lloraba
ésta, y, ¡cosa extraña!, en medio de la emoción que le causaron estas lágrimas,
al mirar a la señora de Villefort, vio agitarse en sus labios una sonrisa fría y
siniestra, que pasó por sus delgados labios, como uno de esos meteoros
siniestros que corren entre dos nubes en una atmósfera tempestuosa.
La misma tarde del día en que el conde de Morcef salió de casa
de Danglars con la vergüenza y la cólera que dejan adivinar la negativa del
banquero, el signor Andrés Cavalcanti, con el cabello rizado y lustroso,
bigotes retorcidos y guantes blancos, entró casi de pie en su faetón, en el
zaguán del banquero, calle de Chaussée d'Antin.