-¡Gracia para mi hija! -dijo el señor de Villefort.
-¡Veis bien que vos, su padre mismo, la nombráis!
-¡Gracia por Valentina! Escuchad, es imposible. Mejor querría
acusarme a mí mismo. Valentina, un corazón tan puro, una azucena en la
inocencia...
-No hay gracia, señor procurador del rey. El delito es evidente
y manifiesto, la señorita de Villefort ha empaquetado las medicinas que se
enviaron al señor de Saint-Merán, y él ha muerto. La señorita de Villefort
preparó las tisanas que se administraron a la señora de Saint-Merán, y ella
murió. Recibió de las manos de Barrois la botella de limonada que su abuelo toma
todas las mañanas, y este anciano ha escapado milagrosamente. Es culpable. Es
una envenenadora. Señor procurador del rey, cumplid con vuestro deber, yo os
denuncio a la señorita de Villefort.