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El hombre de los cerdos guardó la
caja en un bolsillo de su cazadora, metió en la maleta la Memoria, y se
volvió a Laguna. Y allí se estuvo meses y meses sin acordarse del
boliche para nada y sin que nadie le preguntase por él, porque entonces todavía no estaba Resma en el pueblo, sino en Madrid, estudiando o falsificando su título. Al fin, en un periódico de oposición al Ayuntamiento se publicó una terrible gacetilla, que se titulaba: «¿Y el boliche?» El de los cerdos se dio una palmada en la frente y buscó la Memoria del amigo, que no pareció. No estaba en la maleta ni en parte alguna, a no ser los dos primeros folios, que se encontraron envolviendo los restos grasientos de una empanada fría. ¡El boliche! ¿El boliche de la caja? Ese pareció también... en la huerta de la casa. La caja se había perdido; pero el boliche, no se sabe cómo, había ido a dar a la huerta, y allí hacía de las suyas; pasó pronto a la heredad del vecino, y de una en otra saltó a las afueras, se extendió por los campos, y toda la comarca supo a los pocos meses lo que era el boliche y en qué consistían sus estragos. Este hombre de los cerdos sanos y del boliche fue el que hizo a don Torcuato dejar El Despertador Eléctrico, porque amenazó con incendiar la imprenta y la redacción y matar al director y a cuantos se le pusieran por delante. |
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