Don Ángel no perdonaba medio de
desacreditar al otro. Para ello mentía si era preciso. De él salió la sospecha de que el título de Resma pudiera ser falso. Aquel rumor, que él fue alimentando, se convirtió en una intriga de partido más adelante; y combinadas las fuerzas de los cuervistas o antihigienistas con las del bando político contrario al en que militaba don Torcuato, se fue condensando la nube que, al fin, estalló sobre la cabeza del pobre médico, que tuvo que escapar del pueblo, acusado, no se sabe si con razón, de falsario.
Respiró todo Laguna, respiró
el alcalde, respiró el director del hospital, respiró Perico el fontanero, respiraron también el capellán del cementerio, los matarifes, las pescaderas, el señor del boliche, y respiró Cuervo, que si era cruel con su enemigo, tenía la disculpa de que él también defendía su reino.
Sí, su reino, que no era de este mundo ni del otro, sino un término medio (dicho sea con su permiso). Su reino estaba con un pie en la sepultura.