Además, no era un adulador. Era un
corruptor, pero sin echarlo de ver él, ni los que experimentaban su disolvente influencia. Ayudaba a olvidar; era un colaborador del tiempo. Como el tiempo por sí no es nada, como es sólo la forma de los sucesos, un hilo, Cuervo era para el olvido de eficacia más inmediata, pues presentaba de una vez, como un acumulador, la fuerza olvidadiza que los años van destilando gota a gota. Don Ángel vertía a cántaros el agua del Leteo.
Al volver de un entierro a la casa
mortuoria, por la puerta que a él se le abría parecía
entrar el aire fresco de la vida, la alegría de la Naturaleza inconsciente, el cándido egoísmo de las fuerzas fatales. Era el primero que hacía sonreír a la viuda, al huérfano. Los padres solían ser refractarios..., pero, al fin, sucumbían: sonreían también. Llenaba la sala oscura y las fantasías de cosas del mundo; discretamente, con medida, pero sin miedo ni hipocresías de rodeos, se convertía en un periódico noticiero del día de la fecha, y tenía el instinto seguro de los acontecimientos más a propósito para recordar la vida, la actividad, la salud, la fuerza, el movimiento, todo lo contrario de la muerte.