Sí, lo repito; Cuervo, sea lo que quiera de su limpieza material, era la alegría de los duelos. Me explicaré. Pero antes, y por no faltar al orden, considerémosle en sus relaciones con los moribundos y su familia.
No visitaba a los enfermos mientras ofrecían
esperanzas de vida. No era su vocación. Él entraba en la casa
cuando el portal olía a cera y en las escaleras había dos filas de
gotas amarillentas, lágrimas de los cirios. Entraba cuando salía
el Señor. Llegaba siempre como sofocado.«¡No sabía nada, no
sabía que la cosa apuraba tanto!...» Hablaba más alto que los demás; pisaba con menos precaución y respeto; no temía hacer ruido; traía de la calle un aire de frescura y de esperanza. Ante los extraños, merced a signos discretísimos, casi imperceptibles, pero muy significativos, daba a entender que se hacía el tonto para animar a la familia.