Y, sin embargo, nada menos fúnebre y ajeno al imperio pavoroso de las larvas que la vida y obras, ingenio y ánimo, gustos y tendencias de don Ángel.
Así como pudo decirse, con
razón de Leopardi que en su poesía desesperada, a pesar de que la inspira la musa de la muerte, no hay nada que repugne a los sentidos, porque allí no se ve el aparato tétrico y repulsivo del osario, ni se huele la podredumbre, ni se ve la tarea asquerosa de los gusanos, ni se oyen los chasquidos de los esqueletos, del propio modo en la persona de Cuervo y en su ambiente se notaba una especie de pulcritud moral, en que la limpieza consistía en la ausencia de todo signo de muerte, de toda idea o sensación de descomposición, podredumbre o aniquilamiento.