Por fin, llegaba a la jaula vacía, a la alcoba del enemigo, porque en adelante ya lo era el difunto. Comenzaba la guerra sorda, irreflexiva. ¡Abrir ventanas! Venga aire, fuera colchones; todo patas arriba; aquí no ha pasado nada. Como no hubiera orden expresa en contrario, y a veces aunque la hubiera, Cuervo transformaba el escenario de repente como el mejor tramoyista, y a los pocos momentos nadie reconocía la habitación en que había resonado un estertor horas antes.
No se podría decir si al que de allí había salido le estaban bautizando en la iglesia o enterrando en el cementerio. Pero faltaba lo principal: la escena, o serie de escenas, a solas con el que quedaba, con la viuda, con el hijo...
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