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Antes que Resma anduviese por el mundo, o por lo menos antes que fuese
médico, «si lo era, que eso ya se averiguaría», estaba
cansado Cuervo de saber que en Laguna se moría mucha gente. ¿Y qué? ¡Vaya una
novedad! Él, que iba de aldea en aldea por todas las de la comarca, y
comía en casa de todos los curas del contorno, estaba cansado de
oír que no había en toda la diócesis parroquias como
aquellas parroquias del Ayuntamiento de Laguna, así las del casco de la ciudad como las de fuera, en materia de pitanzas. ¿Por qué? Pues, claro, por eso; porque había muchos entierros y muchas misas de funeral. ¿Qué clérigo de cuantos concursaban no envidiaba a los acólitos, sacristanes, coadjutores, ecónomos y párrocos de Laguna? Pero esto era bueno para sabido por los de la clase, y para callado. La alegría de los lagunenses era proverbial en toda la provincia, ¿por qué turbarles el ánimo con tristes enseñanzas? Ni ellos querían ver el mal, ni mostrárselo era más que una crueldad inútil, porque no tenía remedio. No; no lo tenía, en opinión de Cuervo y los suyos. «La higiene..., la estadística, las tablas de la mortalidad..., Quetelet..., el término medio..., conversación. Los antiguos no sabían de términos medios, ni de Quetelet, ni de estadísticas, ni de higiene, y vivían más que los modernos.» |
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